Batallas locales y guerra mundial

Seguir en la OTAN con armamento propio -y más aún, tener su propia OTAN, sin Estados Unidos- tal como en su día propuso el general Charles de Gaulle, inquietará aún más a Washington. Como decía algún mandatario de Estados Unidos, en las relaciones internacionales no hay amigos, hay intereses…

En realidad, además de los conflictos bélicos en Palestina y en Ucrania existen otros casos de igual dramatismo, en África o en Asia, por ejemplo, con cientos de miles de muertes, millones de desplazados y la violación de derechos fundamentales de combatientes y población civil, que en tantos casos revisten los caracteres de un genocidio.

Son los conflictos en Palestina y en Ucrania los que recibe la mayor atención de los medios por sus dimensiones pero también porque son los escenarios más relevantes (por el momento) de una confrontación mayor entre las grandes potencias tradicionales (Estados Unidos, sus aliados europeos y otros de menor relevancia) y las nuevas (China y Rusia, en particular). Esta es en realidad la gran confrontación que sin desconocer todos los elementos particulares de los conflictos armados por doquier, determina en aspectos fundamentales el curso de estas confrontaciones particulares, y en no poca medida tiene la llave para encontrar una solución.

No por azar los recientes acontecimientos en el conflicto entre Israel y Palestina, que terminan involucrando a sus vecinos (Irán, en particular) desatan las más catastrofistas predicciones sobre una muy posible tercera guerra mundial, es decir, el paso de esos conflictos locales a un enfrentamiento directo entre las viejas y las nuevas potencias mundiales. Y más allá de las manifestaciones de todo orden que se alegan, hoy como ayer, todo se reduce a lo de siempre: el duro combate por controlar materias primas, mercados y rutas comerciales. Todo el discurso somete al lector en Occidente a entender ese conflicto como una confrontación entre democracia y dictadura, entre los gobiernos civilizados y los regímenes inhumanos, a una apuesta entre «el bien y el mal» (en su versión más vulgar). Pero la dura realidad termina por desnudar todos estos discursos ideológicos, cuando quienes encarnan -teóricamente- los valores humanos y la civilización, como es el caso de Israel, terminan perdiendo su máscara y practicando los mismos métodos que se creían olvidados por la modernidad: el colonialismo más agresivo que repite las consignas nazis del «espacio vital» , la xenofobia como valor central para la educación de su propia población que termina por negar -con honrosas excepciones- los derechos más elementales a otros pueblos (en este caso a los palestinos) y el racismo que hace renacer el discurso de las «razas superiores» , otro de los lemas del nazismo. Basta con escuchar los discursos de quienes antes entendían la existencia de Israel como una especie de compensación por el holocausto, y que terminan por leer las informaciones del conflicto en Palestina como una prueba de la real naturaleza del Estado sionista y hasta comprendan el llamado terrorismo islámico como el producto de toda una historia de masacres, desplazamientos y el robo de la tierra a sus legítimos ocupantes.

No sucede exactamente lo mismo en Ucrania, no al menos en la misma dimensión, pero es obvio para quien siga el curso real de los acontecimientos que ese conflicto no se inicia con la ofensiva rusa, pues en realidad tiene antecedentes en la política de Occidente de rodear a Rusia militarmente, incumpliendo todos los acuerdos que se firmaron al desaparecer la URSS, no menos que en las agresiones llevadas a cabo por Kiev contra la población de origen ruso (¿un tercio del total en Ucrania?). No por azar, buena parte de las agresiones cometidas contra esta minoría prorusa (idioma, cultura, tradiciones, vínculos estrechos con la iglesia ortodoxa de Moscú y no de Kiev, etc.) fueron inicialmente cometidas por fuerzas paramilitares abiertamente nazis (el partido Bandera) y se rechazaron las propuestas de Rusia de llegar a un acuerdo amistoso aceptando Kiev un cierto federalismo. Es muy probable que detrás de la negativa de Kiev estuviera Occidente (Estados Unidos, en particular), que buscaba el conflicto armado pensando que Rusia podía ser arrinconada y derrotada.

La realidad, al parecer, es que Rusia va ganando, al menos militarmente y la ayuda de Occidente (aprobada recientemente) resulta más una suerte de consuelo, un alivio tardío para Kiev, que no va a cambiar el rumbo de los acontecimientos. Las potencias hegemónicas tradicionales constatan que habían calculado mal y que Rusia no se ha hundido ni económica ni militarmente. Además, los países del mundo -en su gran mayoría- no apoyan a Occidente en esta aventura y se decantan por alguna suerte de conferencia mundial que traiga la paz, que es precisamente la propuesta china.

Por su parte, Israel habría ganado militarmente habida cuenta de la enorme debilidad militar de las fuerzas palestinas frente al poder armado del sionismo. Pero el genocidio de Israel no podría ser negado. Al igual que en Ucrania, crecen las voces de casi todos los gobiernos del llamado Tercer Mundo que piden un cese inmediato de la masacre en Gaza -ahora extendida también a Cisjordania-, y hasta muchos de los aliados europeos de Israel impulsan ahora una solución negociada y sobre todo el fin de las masacres. Es muy relevante que, además de las propuestas de tantos gobiernos por el impulso de esas negociaciones, ya es imparable la condena universal de la población, incluyendo a los mismos Estados Unidos en donde hasta sectores parlamentarios (aunque por ahora, minoritarios) condenan las políticas genocidas de Israel y abogan por alguna suerte de negociación de paz. También se agregan a este movimiento -y esto es muy importante a la hora de adelantar alguna solución- los sectores de la sociedad israelí que poco o nada tienen que ver con el sionismo y que abogan igualmente por la búsqueda de una solución pacífica. Ya no son pocas las voces de judíos que no apoyan al gobierno de ultraderecha de Netanyahu y asumen que, a pesar de la aparente victoria militar, Israel ha perdido la guerra y tendrá que negociar alguna salida de paz y convivencia con los palestinos.

Dos serían las soluciones posibles que den salida al conflicto en Palestina: la propuesta de «los dos Estados», y la superación del problema con la formación de un solo Estado que incluya todas las comunidades hoy enfrentadas; palestinos, judíos creyentes y no creyentes (que también los hay y no son pocos) y otras etnias menores que soportan la tiranía del sionismo. Alguna de estas dos soluciones podría imponerse para dar una salida civilizada y humana al conflicto. De nuevo, en cualquiera de los dos casos, Occidente (las potencias tradicionales) si bien no perderían a Israel como su enorme base militar en la región si verían muy disminuido su poder y tendrían que aceptar algunas de las condiciones que le exigen las nuevas potencias (Rusia y China, en particular), no solo en términos militares sino también en términos económicos y políticos. Solo los más duros del sionismo proponen mantener la actual estrategia y obligar a sus aliados occidentales a seguirles apoyando pero sin estar por su parte en condiciones de asegurar ventajas a Occidente. Todo lo contrario.

 

Tampoco hay indicios serios de que estos dos conflictos (Palestina y Ucrania) vayan a desembocar en una tercera guerra mundial. La decisión de la Unión Europea de impulsar su producción autónoma de armas y las propuestas que ya se escuchan sobre la necesidad de que el Viejo Continente disponga de sus fuerzas armadas propias, alegra sin duda a los fabricantes de armas en Europa y gusta poco o muy poco al llamado «complejo militar-industrial» de Estados Unidos, que es el grupo empresarial que mayores beneficios obtiene de estas guerras. Seguir en la OTAN con armamento propio -y más aún, tener su propia OTAN, sin Estados Unidos- tal como en su día propuso el general Charles de Gaulle, inquietará aún más a Washington. Como decía algún mandatario de Estados Unidos, en las relaciones internacionales no hay amigos, hay intereses.

Juan Diego García Para La Pluma, 24 de abril de 2024

Editado por María Piedad Ossaba